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28
enero, 2011
Por J. Wilfredo Sánchez V.
General (r) y Abogado
Lexema de una larga y complicada
data, manida en el discurso proselitista de políticos, pero sin una clara
definición en los hechos, actualmente y estando el ser humano ante una
verdadera agresión del progreso científico-tecnológico descontrolado que
ahondan la crisis entre el ser humano y el resto de la naturaleza, la
agudización de las contradicciones entre el ser humano y la sociedad, entre el
ser humano y el poder. Se vuelve impostergable humanizar el sistema
administrativo de los estados.
El término humanismo generalmente
se utiliza para indicar toda tendencia de pensamiento que afirma la
centralidad, el valor, la dignidad del ser humano, o que muestre una
preocupación o interés primario por la vida y la posición del ser humano en el
mundo. También se le utiliza para significar el movimiento cultural que produjo
una radical transformación de la civilización occidental, poniendo fin al
medioevo cristiano, es por ello que a los siglos XIV y XV en Italia donde se
inició esta corriente filosófica, a ese período se le llama “edad del
Humanismo”, al siglo siguiente, cuando se extendió a toda Europa, se le
denomina “Renacimiento”.
En tiempos recientes, han
aparecido nuevas interpretaciones que reformulan el concepto de humanismo,
colocándolo en una perspectiva histórica globalizante, en sintonía con la época
actual que comienza a ver los albores de una civilización globalizante, así,
tenemos las corrientes filosóficas del humanismo marxista, el cristiano,
existencialista y el nuevo humanismo.
El humanismo no es un fenómeno
geográfico o temporalmente delimitado, sino que surge y se desarrolla en
distintas épocas y lugares del mundo.
Para la Edad Media cristiana, la
tierra es el lugar de la culpa y del sufrimiento; un valle de lágrimas en el
que la humanidad ha sido arrojada por el pecado de Adán y Eva y del que sólo es
deseable huir. El hombre en sí no es nada y nada puede hacer por sí solo, sus
deseos mundanos son solamente locura y soberbia; el hombre y sus obras no más
que polvo. El hombre puede aspirar sólo al perdón de un Dios infinitamente
lejano en su perfección y trascendencia, que concede su gracia según designios inescrutables.
En esta época la concepción
de la historia y la imagen del universo reflejaba esta visión teológica. La
historia no era la memoria de hombres, pueblos, civilizaciones, sino el camino
de expiación que llevaba del pecado original a la redención. En el límite
extremo del futuro, luego de los terribles prodigios del Apocalipsis, vendrá el
juicio tremendo de Dios.
A su vez, la organización social
medieval coincidía con esta visión cosmológica cerrada y jerárquica: los nobles
y las clases subalternas de los burgueses y los siervos se encontraban
rígidamente separadas y se perpetuaban por vía hereditaria. En el vértice del
poder están los dos guías del pueblo cristiano: el Papa y el emperador, a veces
aliados, pero a menudo enfrentados en duras luchas por la preeminencia
jerárquica.
La cultura del humanismo rechaza
totalmente la visión medieval y, en su esfuerzo por construir una humanidad y
un mundo completamente renovados, toma como modelo a la civilización
greco-romana. Así, el retorno al principio, el “renacimiento”, es un retorno a
los antiguos, un rescatar la experiencia de una civilización a la que se le
atribuyen esas potencialidades originarias de la humanidad que el medioevo
cristiano había destruido u olvidado.
Al principio, el humanismo se manifiesta
sobre todo como un fenómeno literario que apunta al redescubrimiento de la
cultura clásica. Es precisamente la contraposición de la humanae litterae a la
divinae litterae lo que inicia la renovación cultural operada por el humanismo.
Toda la literatura del humanismo
se concentra en exaltar al hombre y reafirmar su dignidad en oposición a la
desvalorización operada por el medioevo cristiano, en que reducía al hombre al
polvo. No obstante la diversidad de los temas, todos apuntan a un objetivo común:
recobrar la fe en la creatividad del hombre, en su capacidad de transformar el
mundo y construir su propio destino. La vida del hombre ya no es el
desenvolvimiento de un paquete cerrado en el que el destino ha marcado su
desarrollo preestablecido, sino que se exalta el valor de la razón del hombre y
su capacidad para conformar su propia vida, así, se niega todo valor a la vida
ascética, rechaza toda visión pesimista del hombre y otorga a la acción humana
la más alta dignidad. León Batista Alberti, filósofo renacentista, en su libro
Della Famiglia, nos dice: “El verdadero valor del hombre reside en su trabajo,
en su capacidad de razonamiento, de autodeterminarse, de su libre albedrío que
permite la prosperidad de la familia y la saciedad. El hombre es causa de sus
bienes y de sus males, solamente los estúpidos reprochan al destino el origen
de sus desgracias; no hay lugar para la sumisión del hombre al destino; al
contrario, la verdadera dignidad humana se manifiesta en la acción
transformadora de la naturaleza y de la sociedad”.
El movimiento humanista, exalta
la capacidad creadora del hombre, y rompe con la concepción medieval que lo
ataba a un determinismo fatal e inescrutable.
Hoy en día, el problema de las
relaciones entre el ser humano y la naturaleza ha adquirido una trágica
significación. Pero la resolución de este conflicto no puede ser estrictamente
antropocéntrica, el ser humano es la creación suprema, sí, pero al mismo tiempo
es parte de la naturaleza. El problema se resolverá, logrando las condiciones
para un armónico desarrollo y sostenimiento de la naturaleza con el hombre, en
vez de un dominio del hombre sobre la naturaleza.