Después de 5 años de gobierno indigenista de Evo Morales, éste es el desgarrante ejemplo de lo que está sucediendo con los nativos de Bolivia y en forma más aguda con los pueblos cruceños, chuquizaqueños y tarijeños de la llanura chaco-amazónica.
Éxodo en el Chaco por los cambios climáticos
La última medida contra los
caprichos de la naturaleza es el éxodo, esa decisión a la que los
indígenas del Chaco boliviano están apelando para escapar del hambre que
reina en las 318 comunidades guaraníes, donde los alimentos que cada
hogar acostumbraba guardar en depósitos construidos con palos y cañas
huecas no pasan de unas cuantas mazorcas de maíz y en muchos casos ya ni
eso.
Roberto Navia
La crisis alimentaria que ahora más que nunca aqueja en la región chaqueña es el resultado de una cadena de efectos naturales que no han tenido descanso desde 2008. A fines de aquel año la sequía hizo su primer anuncio destruyendo por lo menos el 60% de lo que las tierras cansadas de los indígenas habían producido, y al año siguiente, sin tiempo para reponerse, la falta de lluvias eliminó el 80% de la producción de maíz, frejol cumandita y zapallo. En 2010, la escasez de agua puso fin a más del 90% de la producción y, por si fuera poco, el frío polar terminó con lo poco que les quedaba para aliviar el hambre: los peces de algunos atajados amanecieron flotando boca arriba, los animales de corral y silvestres, tiesos, en el piso, y las frutas de invierno quemadas por el hielo, aún en los árboles.
Ante ese panorama, la decisión tomada en las comunidades guaraníes fue marchar en busca de trabajo a Santa Cruz de la Sierra y a otros centros urbanos del país. Tan seria es la decisión que la diáspora indígena ya supera el 70% del éxodo natural que se venía dando en los últimos cinco años, cuando los hombres salían a la zafra cruceña, con un bolso en la mano con sólo algunas prendas de vestir, dispuestos a enviar una buena parte de las ganancias conseguidas por las horas de trabajo en los cañaverales.
Ahora, lo que está ocurriendo es que las familias enteras se llevan incluso hasta sus colchones y dejan sus casas de barro y palo, aseguran las puertas con alambre o trapo, y se mandan a mudar para trabajar en lo primero que encuentren.
Adán Antenor, dirigente indígena y actual presidente del Comité de Vigilancia de El Cruce, comunidad que está a 45 km de Gutiérrez (provincia Cordillera), revela que los que no logran engancharse en la zafra deambulan en las ciudades buscando empleos de vaqueros; cargadores de productos en los mercados, y las mujeres están tras de empleos en hogares particulares.
El pasado miércoles por la mañana, el surazo no se había ido de los pueblos guaraníes. Antenor, moreno, achinado y bilingüe (habla perfectamente el castellano y el guaraní), al toparse con una casa vacía dice: “Allá vivía Mario Pascual, su esposa y sus cuatro hijos”. El hombre apunta a una casita que está en la cima de una pequeña montaña. “Ahí no han quedado ni los perros”, remata. Antenor tiene razón. Todo está desolado. La puerta de un cuarto de barro está atada con un trapo negro. Lo desata y entra. En el interior sólo hay un catre viejo de madera y del techo cuelga una radio destartalada. Afuera, el viento silba y por el camino de tierra se ve a niños y mujeres mayores, cargando bidones que llenaron con agua obtenida en tanques comunales.
Los primeros indicadores de esa emigración los da un estudio realizado por Visión Mundial, la institución que trabaja al lado de los campesinos indígenas del país. Gualberto Carballo, representante de dicha institución, con oficina en Camiri, dice que la prueba de que mucha gente ha decidido irse a otros lugares está en los datos conseguidos en seis municipios de la provincia Cordillera y en dos del departamento de Chuquisaca, donde, hasta junio, se ha reportado que por lo menos mil familias, de las más de 14.000 (según datos parciales) afectadas por los efectos del clima, han dejado sus lugares de origen para intentar saciar su hambre en otros lugares. Pero estas cifras no son estáticas. Se mueven cada día. Carballo afirma que como los efectos de la sequía y de la helada avanzan a pasos agigantados, puede que ya no sean mil las familias que se fueron, sino por lo menos, 1.500. “En 2009 emigraron poco más de 400 familias y ahora estamos sorprendidos porque superan las mil”, resaltó. Si bien se trata de un fenómeno nuevo el que se está presentando este año, Carballo considera que, amparándose en experiencias pasadas, un 20% de los que se van ya no volverá.
Ever Sánchez, corregidor de la comunidad de Eiti, coincide con otros dirigentes de la zona cuando afirma que los que retornan lo hacen en peores condiciones de las que se fueron, puesto que para marchar se endeudaron y lo poco que ganaron no les alcanza para cubrir sus necesidades. “El remedio resulta peor que la enfermedad”, dice Aparicio Tuque, un padre de familia que el año pasado se fue a trabajar en la zafra y retornó a su casa con los bolsillos vacíos porque el dinero que ganó sólo le alcanzó para cubrir sus alimentos en la ciudad.
El Gobierno nacional, como medida contra los efectos del clima, declaró emergencia nacional en 16 municipios del Chaco y en cumplimiento de la normativa se está coordinando acciones para mitigar los efectos de la falta de agua. En los más de 30 pueblos a los que llegó EL DEBER durante el recorrido por los caminos de tierra que conectan a Abapó, Charagua, Boyuibe, Camiri y Gutiérrez, se repite el panorama. Hay casas con las puertas cerradas.
Los que quedan informan de que muchos se han ido. Si es mediodía, se ve una olla en el fuego y en su interior sólo tiene agua. “Agua con sal y unos granos de frejol cumandita es lo que ingerimos”, dice un lugareño. En otro lugar, la misma historia. A lo lejos se ven los depósitos de alimentos, y en ellos, apenas unas cuantas mazorcas de maíz, en otros, ya ni eso.
En riesgo ítems educativos y proyectos productivos
La emigración no sólo deja el dolor del abandono de la gente que se va, sino también otros efectos colaterales, como la deserción escolar y la postergación de algunos proyectos productivos. “Tanto se pelea para conseguir ítems en educación que, al salir los alumnos de las comunidades, las escuelas se quedan con pocos niños y por eso se va perdiendo esos cupos”, lamenta Gualberto Carballo, gerente de Visión Mundial con oficina en Camiri.
Por citar un ejemplo, dice que sólo en la capitanía Gran Kaipependi Karovaicho, en el sur de Gutiérrez, hay diez ítems en riesgo. “En este momento no sabemos a cuánto llegará la deserción escolar. Las mediciones se harán a partir del lunes, cuando los alumnos retornen a clases”, manifestó.
En la comunidad El Carmen, a diez minutos de El Espino (ruta a Charagua), la casa donde vive la maestra de la escuela está cerrada. “Se ha ido porque las vacaciones siguen a causa del frío. Ya vendrá este lunes y espero que la deserción escolar no sea masiva”, afirma el alcalde Carlos Ortega. Los habitantes de una media docena de comunidades dicen que cuando se va la gente se hace más difícil emprender proyectos comunales. “Sabemos que la unión hace la fuerza, y con cada familia que se va se derrumban las esperanzas de mejores días para los que se quedan”, dice Rafael Sánchez, de la comunidad de Tacobo, que se encuentra en la carretera entre Abapó y Charagua. En Cuevo y Macharetí se cerraron cinco proyectos de crianza de ovejas de pelo y en Gutiérrez siete programas de cría de pollo parrillero. “Todo por falta de maíz y porque la gente lo ha dejado todo y se ha marchado”, dice el director de Visión Mundial de Camiri.
La crisis alimentaria que ahora más que nunca aqueja en la región chaqueña es el resultado de una cadena de efectos naturales que no han tenido descanso desde 2008. A fines de aquel año la sequía hizo su primer anuncio destruyendo por lo menos el 60% de lo que las tierras cansadas de los indígenas habían producido, y al año siguiente, sin tiempo para reponerse, la falta de lluvias eliminó el 80% de la producción de maíz, frejol cumandita y zapallo. En 2010, la escasez de agua puso fin a más del 90% de la producción y, por si fuera poco, el frío polar terminó con lo poco que les quedaba para aliviar el hambre: los peces de algunos atajados amanecieron flotando boca arriba, los animales de corral y silvestres, tiesos, en el piso, y las frutas de invierno quemadas por el hielo, aún en los árboles.
Ante ese panorama, la decisión tomada en las comunidades guaraníes fue marchar en busca de trabajo a Santa Cruz de la Sierra y a otros centros urbanos del país. Tan seria es la decisión que la diáspora indígena ya supera el 70% del éxodo natural que se venía dando en los últimos cinco años, cuando los hombres salían a la zafra cruceña, con un bolso en la mano con sólo algunas prendas de vestir, dispuestos a enviar una buena parte de las ganancias conseguidas por las horas de trabajo en los cañaverales.
Ahora, lo que está ocurriendo es que las familias enteras se llevan incluso hasta sus colchones y dejan sus casas de barro y palo, aseguran las puertas con alambre o trapo, y se mandan a mudar para trabajar en lo primero que encuentren.
Adán Antenor, dirigente indígena y actual presidente del Comité de Vigilancia de El Cruce, comunidad que está a 45 km de Gutiérrez (provincia Cordillera), revela que los que no logran engancharse en la zafra deambulan en las ciudades buscando empleos de vaqueros; cargadores de productos en los mercados, y las mujeres están tras de empleos en hogares particulares.
El pasado miércoles por la mañana, el surazo no se había ido de los pueblos guaraníes. Antenor, moreno, achinado y bilingüe (habla perfectamente el castellano y el guaraní), al toparse con una casa vacía dice: “Allá vivía Mario Pascual, su esposa y sus cuatro hijos”. El hombre apunta a una casita que está en la cima de una pequeña montaña. “Ahí no han quedado ni los perros”, remata. Antenor tiene razón. Todo está desolado. La puerta de un cuarto de barro está atada con un trapo negro. Lo desata y entra. En el interior sólo hay un catre viejo de madera y del techo cuelga una radio destartalada. Afuera, el viento silba y por el camino de tierra se ve a niños y mujeres mayores, cargando bidones que llenaron con agua obtenida en tanques comunales.
Los primeros indicadores de esa emigración los da un estudio realizado por Visión Mundial, la institución que trabaja al lado de los campesinos indígenas del país. Gualberto Carballo, representante de dicha institución, con oficina en Camiri, dice que la prueba de que mucha gente ha decidido irse a otros lugares está en los datos conseguidos en seis municipios de la provincia Cordillera y en dos del departamento de Chuquisaca, donde, hasta junio, se ha reportado que por lo menos mil familias, de las más de 14.000 (según datos parciales) afectadas por los efectos del clima, han dejado sus lugares de origen para intentar saciar su hambre en otros lugares. Pero estas cifras no son estáticas. Se mueven cada día. Carballo afirma que como los efectos de la sequía y de la helada avanzan a pasos agigantados, puede que ya no sean mil las familias que se fueron, sino por lo menos, 1.500. “En 2009 emigraron poco más de 400 familias y ahora estamos sorprendidos porque superan las mil”, resaltó. Si bien se trata de un fenómeno nuevo el que se está presentando este año, Carballo considera que, amparándose en experiencias pasadas, un 20% de los que se van ya no volverá.
Ever Sánchez, corregidor de la comunidad de Eiti, coincide con otros dirigentes de la zona cuando afirma que los que retornan lo hacen en peores condiciones de las que se fueron, puesto que para marchar se endeudaron y lo poco que ganaron no les alcanza para cubrir sus necesidades. “El remedio resulta peor que la enfermedad”, dice Aparicio Tuque, un padre de familia que el año pasado se fue a trabajar en la zafra y retornó a su casa con los bolsillos vacíos porque el dinero que ganó sólo le alcanzó para cubrir sus alimentos en la ciudad.
El Gobierno nacional, como medida contra los efectos del clima, declaró emergencia nacional en 16 municipios del Chaco y en cumplimiento de la normativa se está coordinando acciones para mitigar los efectos de la falta de agua. En los más de 30 pueblos a los que llegó EL DEBER durante el recorrido por los caminos de tierra que conectan a Abapó, Charagua, Boyuibe, Camiri y Gutiérrez, se repite el panorama. Hay casas con las puertas cerradas.
Los que quedan informan de que muchos se han ido. Si es mediodía, se ve una olla en el fuego y en su interior sólo tiene agua. “Agua con sal y unos granos de frejol cumandita es lo que ingerimos”, dice un lugareño. En otro lugar, la misma historia. A lo lejos se ven los depósitos de alimentos, y en ellos, apenas unas cuantas mazorcas de maíz, en otros, ya ni eso.
En riesgo ítems educativos y proyectos productivos
La emigración no sólo deja el dolor del abandono de la gente que se va, sino también otros efectos colaterales, como la deserción escolar y la postergación de algunos proyectos productivos. “Tanto se pelea para conseguir ítems en educación que, al salir los alumnos de las comunidades, las escuelas se quedan con pocos niños y por eso se va perdiendo esos cupos”, lamenta Gualberto Carballo, gerente de Visión Mundial con oficina en Camiri.
Por citar un ejemplo, dice que sólo en la capitanía Gran Kaipependi Karovaicho, en el sur de Gutiérrez, hay diez ítems en riesgo. “En este momento no sabemos a cuánto llegará la deserción escolar. Las mediciones se harán a partir del lunes, cuando los alumnos retornen a clases”, manifestó.
En la comunidad El Carmen, a diez minutos de El Espino (ruta a Charagua), la casa donde vive la maestra de la escuela está cerrada. “Se ha ido porque las vacaciones siguen a causa del frío. Ya vendrá este lunes y espero que la deserción escolar no sea masiva”, afirma el alcalde Carlos Ortega. Los habitantes de una media docena de comunidades dicen que cuando se va la gente se hace más difícil emprender proyectos comunales. “Sabemos que la unión hace la fuerza, y con cada familia que se va se derrumban las esperanzas de mejores días para los que se quedan”, dice Rafael Sánchez, de la comunidad de Tacobo, que se encuentra en la carretera entre Abapó y Charagua. En Cuevo y Macharetí se cerraron cinco proyectos de crianza de ovejas de pelo y en Gutiérrez siete programas de cría de pollo parrillero. “Todo por falta de maíz y porque la gente lo ha dejado todo y se ha marchado”, dice el director de Visión Mundial de Camiri.
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