martes, diciembre 28, 2010

Ética humanista Vs ética revolucionaria


El artículo de Carlos D Mesa muestra un importante cambio cualitativo en su pensamiento, una evolución del pensamiento neoliberal con el que logró la vicepresidencia de Bolivia hacia el pensamiento humanista que sostiene en el artículo "Ética humanista Vs ética revolucionaria".
Con la reproducción de "Ética humanista Vs ética revolucionaria" reconocemos la importancia de su contenido, sin comprometernos con el pasado del autor ya juzgado por el pueblo.

Ética humanista Vs ética revolucionaria

Por Carlos D. Mesa Gisbert - Periodista Invitado - 26/12/2010


Hay, con absoluta certeza, un horizonte democrático de alternancia en el poder, de justicia y equilibrio que limite las tentaciones totalitarias. Hay un futuro posible mejor que esos dos extremos a los que nos llevan siempre los discursos demagógicos. La ética revolucionaria es implacable y enemiga del humanismo. Ése es el meollo del problema
Doy vueltas y vueltas en torno a las razones que explican el momento que está viviendo el país y creo que es inevitable la conclusión de que confluyó un conjunto de elementos que lo hacían no sólo inevitable sino necesario. Pero no acabo de cerrar la idea de si se trata de la culminación de las transformaciones de 1952, idea que parece la más evidente y clara, o si por el contrario, se trata de un proceso diferenciado y de ruptura. A efectos de lo que vivimos, sin embargo, la reflexión puede ser innecesaria
Está claro que enlace o ruptura deben partir de la premisa de que en la historia no existen ni enlaces simplistas ni rupturas radicales. La continuidad de cualquier proceso social es más que evidente y la relación de causa y efecto siempre encadena los hechos. La reflexión tiene otra naturaleza y se refiere a aquellos elementos que nos condujeron a este desenlace.
Quizás uno de los aspectos más interesantes de este momento sea el contexto. Dado que llegó cuando en el continente la democracia es un valor reconocido intrínsecamente, el traumático final del sistema político y los valores inaugurados en 1982 tardó no sólo el periodo 2003-2006, sino que fue consumado hasta su práctica aniquilación hacia 2008.
Quienes llegaron desde fuera del sistema democrático y lo tomaron por asalto (valga la metáfora), no deseaban un camino democrático verdadero y se dieron cuenta muy pronto que bajo las reglas de juego de una democracia real era imposible la aplicación e imposición de la conquista del poder total.
Valga aquí una reflexión de fondo. Toda propuesta revolucionaria tiene dos objetivos últimos: el control absoluto de todos los poderes y la permanencia indefinida en el Gobierno. La argumentación es simple. La ética revolucionaria parte de la premisa de que lo que se está haciendo es la construcción de una sociedad ideal. Si se tiene éxito en esa construcción, sería absurdo que, conquistado el paraíso social, se lo entregue por la vía del voto a quienes pueden destruirlo. Como hoy vivimos tiempos distintos a los del siglo XX, el poder establecido inventa una nueva forma de “democracia” apañada en un puro celofán exterior que disfraza el autoritarismo. Se guardan las formas, a la vez que desde dentro se destruye la esencia de las instituciones democráticas y su fin, garantizar a los ciudadanos sus derechos básicos.
Esta abstracción se volvió experimento brutal a lo largo de la historia, pero muy especialmente en la centuria pasada, y ha demostrado ya su absoluto fracaso y su fin inevitable y generalmente terrible para quienes lo aplican y para quienes lo sufren. Hay un quiebre imposible de superar en ese intento estéril, el de la lucha por la libertad. La libertad es uno de los móviles más poderosos del ser humano. Todo argumento que ha tratado de supeditar la libertad individual como signo del egoísmo y mezquindad a favor del bienestar colectivo ha terminado destruyendo cuerpos, almas y vidas, y lo ha hecho de un modo tal que ha cobrado para lograrlo millones de vidas.
Ahora bien, es bueno subrayarlo –y aquí retomo el hilo de la reflexión– que la otra abstracción, la de la democracia vacía de contenidos reales, de búsqueda de justicia, inclusión e igualdad, termina donde termina. En países muy pobres y muy injustos, la democracia como única respuesta es insuficiente. El mercado salvaje, la libertad de empresa sin límites, el Estado autista son disparates tan grandes como el megaestado ineficiente y sin rumbo y los mecanismos trituradores de los poderosos que imponen un discurso estruendoso y único, y que proponen la hegemonía de unas “naciones” sobre “otras”.
El problema se da cuando se plantean falsos dilemas. Luchar contra el totalitarismo no es defender el capitalismo salvaje. Pelear por la libertad no es apoyarse en el individualismo secante. Hay, con absoluta certeza, un horizonte democrático de alternancia en el poder, de justicia y equilibrio que limite las tentaciones totalitarias. Hay un futuro posible mejor que esos dos extremos a los que nos llevan siempre los discursos demagógicos. La ética revolucionaria es implacable y enemiga del humanismo. Ése es el meollo del problema.
Quizás sea más duro y más largo hacer de la sociedad boliviana una sociedad mejor en libertad. Para ello ya hemos aprendido algunas lecciones que nos han enseñado quienes hoy gobiernan. El retrato de las mayorías no puede ser sólo un retrato, tiene que ser una verdad aplicada, algo que aún está muy lejos de ocurrir para esa mayoría, pero el camino sin duda está trazado. La movilidad de la sociedad, la conquista de la igualdad y el sentido de respeto al otro son tareas pendientes pero en pleno desarrollo. Desde antes de 2006, dirán muchos y tendrán razón, pero hacía falta explicitarlo. Lo que todavía no está claro es si la mayoría de nuestros compatriotas lo ha entendido, lo que sí lo está es que los métodos gubernamentales son los menos adecuados para lograrlo.
El cambio implica todos esos ingredientes siempre y cuando sepamos algo que no cambiará nunca, que el espíritu humano es indomable y que el ser humano integral sólo podrá existir cuando se combinen sabiamente la libertad individual con la libertad colectiva.

El autor fue Presidente de la República

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