Escucharás todo tipo de tonterías sobre las movilizaciones de Sol y en muchas ciudades de España: desde la conspiranoia absurda de quienes siempre ven fantasmas detrás de cualquier cosa, hasta lasimplificación burda de quien pretende etiquetarlas como antisistema a pesar de tenerlas debajo de la nariz, hasta la estupidez de pretender que se está de acuerdo con aquellos que protestan precisamente contra ti, contra lo que has hecho y contra lo que representas.
Totalmente de acuerdo con Periodismo Humano: aquí está ocurriendo algo grande. Descartadas absoluta y radicalmente las conspiranoias estúpidas, la interpretación es clara y contundente: la gente está saliendo a la calle porque exigen un cambio. Un cambio de fondo en la manera de hacer política, de gestionar la democracia. Perderse analizando las peticiones de unos y de otros es un ejercicio vano: entre las personas que veo en la calle manifestándose, muy pocos apoyarían de manera expresa esas peticiones. Muchos ni se paran a leerlas, porque simplemente no vale la pena: los ciudadanos salen a la calle con una petición transversal, pidiendo un cambio radical, porque los partidos políticos y el sistema ya no les representan. Representan a otros. Sobre las peticiones concretas… eso vendrá más adelante: por ahora, cambiemos. ¿A qué? Es demasiado pronto para saberlo, y solo cabe desear que, sea lo que sea, sea pacífico, ordenado y civilizado. Completamente de acuerdo con la entrada de Antonio Ortiz en este sentido.
Las claves del movimiento que estamos viviendo:
- El origen, el desencadenante: el momento en que tres partidos mayoritarios, PSOE, PP y CiU, pactan para sacar adelante la ley Sinde, en abierta contradicción con la voluntad de la inmensa mayoría de los ciudadanos, y favoreciendo a un lobby económico de presión. Ojo: eso es únicamente el origen, el detonante: a día de hoy, ya no tiene el menor interés ni relevancia en las protestas. Pero ver los patéticos empeños por “sacar la ley a costa de lo que fuera” con toda la red puesta en su contra y retransmitiéndolo en directo tuvo el mismo efecto, con todo el respeto y pidiendo perdón por la trágica comparación, que el suicidio de Mohammed Bouazizi quemándose a lo bonzo en Túnez. Del activismo en contra de la ley Sinde surgió directamente el movimiento #nolesvotes, además de la cristalización de un patente clima de descontento con toda una manera de hacer política.
- Los motivos reales son, y a nadie se le escapan, temas como la gestión de la crisis económica, la corrupción, el desempleo (muy especialmente la tasa de más del 40% de paro juvenil) y sobre todo, la desafección con una clase política identificada como uno de los principales problemas de la ciudadanía en las encuestas del CIS. El desencanto con una forma de hacer política que convierte al votante en un ente sin importancia que deposita una papeleta en una urna y que con ella legitima a un partido para hacer lo que le dé la gana durante cuatro años, un partido convertido en una gran empresa ineficiente y corrupta que responde a los intereses de lobbies de poder, no a los de sus votantes.
- El testigo es recogido por otras asociaciones: JuventudSinFuturo primero o DemocraciaRealYAdespués, fueron capaces de organizarse de manera brillante, civilizada y pacífica para trasladar ese movimiento a las calles. Esa era “la prueba de fuego”, el “momento de la verdad”: antes de la materialización de las protestas en la calle, la red hervía con decenas de tweets por minuto, con grupos de Facebook y con entradas en blogs, pero no había dado el paso. Tras las protestas, los ciudadanos se dan cuenta ya no de que no están solos en su opinión, sino de que la organización y la acción son posibles, son una realidad. Y la barrera de entrada que tantos tenían para salir a la calle cae.
- La decisión de salir a la calle responde a una sensación general, no a una reivindicación concreta de una serie de puntos programáticos. En la calle puedes ver de todo: personas de todas las edades, de todo tipo de ideología, de toda condición. Estudiantes con camiseta amarilla, desempleados, punkies, jubilados, empresarios, profesores… de verdad, estuve allí, y me encontré con todos esos perfiles, uno por uno, y algunos más. Uno saluda a quien conoce, y tuve ocasión de saludar a varios ex-alumnos, a compañeros de trabajo, a personas que conozco que han montado empresas en la red, a directores de cine, a abogados, a periodistas… de todo, como en botica. Literalmente de todo. No esperes un acuerdo con respecto a las medidas a tomar, es imposible. Pero sobre lo que sí hay acuerdo es sobre la necesidad de un CAMBIO. Y eso no tiene ya vuelta atrás.
- La simplificación es mala. Que los jóvenes de izquierdas sean los que más rápidamente tienden a salir a la calle no quiere decir nada, y pretender adscribir una protesta como esta a una ideología o a un partido concreto es sencillamente absurdo. Es normal e inevitable. Pretender ponerse delante de la gente para que parezca que te están siguiendo es más patético aún: en un movimiento hiperconectado, quien intenta “dirigir” aplicando técnicas pastoriles como si se tratase de un rebaño recibe inmediatamente su merecido en la red. En Egipto hubo momentos en los que parecía que los Hermanos Musulmanes monopolizarían la protesta, y otros en los que se veía un claro componente diverso y plural. Aquí no hay líderes, hay personas. No se sigue a nadie en concreto ni es bueno que así sea, se persigue un deseo de cambio, eso es todo. Adscribir las protestas a movimientos organizados, a una estrategia concreta o a unas personas específicas es una interpretación trasnochada típica de quienes no entienden nada de lo que está pasando. Buscar más organización, pretender que se hagan peticiones concretas, pedir un liderazgo más claro y personalizado o buscar debajo de las piedras un origen retorcido es absurdo: no puede ser, y además es imposible.
- ¿Y ahora? Ahora más. Encendida la mecha, es muy difícil de parar. La manifestación del 15M en Madrid congregó a decenas de miles de personas en un evento autorizado y organizado durante semanas. La de ayer 17 en Sol, en cambio, se organizó en cuestión de horas, usando únicamente Twitter y Facebook, y llenó casi completamente una plaza de diez mil metros cuadrados hasta convertirla en intransitable. El ejemplo, además, ha cundido ampliamente en otras ciudades. El control de todos estos movimientos es, sencillamente, imposible. Se puede y se debe intentar por todos los medios que todo transcurra pacífica y civilizadamente, pero nada asegura que no surjan desde movimientos incontrolados de un lado hasta reacciones excesivas del otro. La desafortunada orden de desalojo de la acampada de Sol el domingo por la noche desencadenó la manifestación del martes por la tarde, y este fenómeno puede ocurrir más veces.
- Lo importante es entender que se ha dado un paso, un paso hacia un modelo en el que los partidos políticos van a tener que entender, por las buenas o por las malas, que no pueden seguir ignorando a los ciudadanos y defendiendo los intereses de otros. Que la política no puede seguir gestionándose así. Esto no es Túnez, ni Egipto: en España hay un gobierno democráticamente constituido y nadie sale a la calle pretendiendo derribarlo, pero son necesarios cambios importantes, cambios de fondo, cambios drásticos que los partidos tienen que acomodar ya. Por el momento, los partidos están minimizando la importancia de este tema, y pensando que “ya se les pasará”. Esa no es la dinámica. Probablemente la magnitud del cambio requerido sea tal, que exija desde modificaciones de la Ley Electoral hasta puede que de la mismísima Constitución. Pero si no se hacen, si no se ven avances en este sentido, el movimiento continuará y seguramente crecerá. Si llegamos al domingo 22 y las elecciones vuelven a presentar el mismo panorama y los mismos mensajes de siempre, mi impresión es que el movimiento se va a intensificar. Pero sobre las dinámicas genuinamente sociales nadie tiene control, ni capacidad de predicción infalible. Lo único cierto es que España ya tiene su revolución.