En
1789, cuando la Gran Revolución conmovió todos los cimientos de Europa, tenía
diecisiete años. En un primer momento, no parece haber afectado su vida,
absorbida por sus ocupaciones en el mundo de los negocios, y sus lecturas
copiosas sobre todas las materias —su curiosidad era oceánica— a las que
dedicaba todos sus momentos libres. Desde muy joven tuvo fama de huraño y
solitario, de vida algo hosca y secreta, aunque en una época, frecuentó, en
Besançon, Le Vieux Coin, una taberna donde hacía tertulia con un grupo de
amigos, algunos de los cuales se convertirían luego en promotores de sus ideas
y lo ayudarían con la publicación de sus libros.
Con el régimen del Terror, en 1793, sufrió una
experiencia traumática, acaso la más dura de toda su existencia, un hecho que
tendría efecto sobre sus teorías sociales, a las que trató de vacunar contra
toda forma de violencia. Este episodio originó su pacifismo, o lo reforzó, pues
fue leal a él a lo largo de toda su vida. Nunca admitió la idea de que la
reforma de la sociedad debía hacerse mediante la violencia, ni, tampoco, que el
individuo fuera forzado por el Estado a actuar de determinada manera para
lograr la felicidad. La revolución de Fourier debía ser gradual, pacífica,
impulsada por el ejemplo o la persuasión o el contagio y en ella el ciudadano
—hombre o mujer— debía gozar de la más estricta libertad para aceptar o
rechazar las reformas en marcha. Este aspecto no coercitivo, no violento, es uno
de los rasgos más propios y simpáticos del espíritu libertario de Fourier.
¿Cuál fue el episodio de 1793? La ciudad de Lyon,
declarada rebelde por el Comité de Salud Pública, quedó sitiada por las tropas
de la Convención. Fourier, de veintiún años, fue enrolado en las fuerzas
militares lionesas en rebeldía. Luego de dos meses, las tropas convencionales
entraron en Lyon el 9 de octubre de 1793, practicando feroces represalias
contra los insumisos. Fourier se libró de milagro de ser guillotinado, pero todos
sus bienes —hacía poco había invertido su parte de la herencia paterna
comprando productos procedentes de las colonias francesas— fueron confiscados y
quedó arruinado. Esta experiencia —por la que pasó brevemente por la cárcel—
marcó su visión crítica de la Gran Revolución y su rechazo de Robespierre, del
jacobinismo y de toda acción violenta. Su adhesión al pacifismo fue tan intensa
que lo llevó, en su visión de la futura sociedad, a concebir barrocos y
complicados sistemas para garantizar un espacio en el que todas las fantasías,
manías y extravagancias humanas tuvieran cabida y no fueran rechazadas ni
perseguidas.
En el año 1797 elaboró un plan de modernización
de la defensa nacional y viajó a París a presentarlo al Directorio; pero éste,
agradeciéndole el esfuerzo, le dio con la puerta en las narices. Fue el primero
de una larga cadena de fracasos en sus empeños para servir a su sociedad y
hacer aceptar sus innumerables planes de reforma social.
En 1799, en Marsella, fue testigo y protagonista
involuntario de un hecho que lo horrorizó. Por orden de los jefes de la firma
en la que trabajaba, debió participar en la destrucción de un cargamento de
arroz que sus patrones habían dejado pudrirse, para impedir que cayeran los
precios. Que por razones especulativas se procediera así, en un mundo donde
millares de familias se morían de hambre, afectó profundamente el espíritu de
este hombre sensible y atizó su búsqueda de fórmulas para crear una sociedad
diferente, no envilecida por el espíritu de lucro.
Este mismo año, 1799, fue, según el propio
Fourier, el del gran descubrimiento, el punto de partida de su teoría de
"la unidad universal", es decir de la tupida red de afinidades
secretas que, en la aún no descubierta trama del Creador, unía los seres y las
cosas para forjar un mundo coherente donde fuera posible la felicidad para
todos los seres humanos.
Sus primeros escritos publicados son de 1803 y
1804, una serie de artículos que aparecieron en un boletín de Lyon, sobre la
"Armonía universal" —el primer esbozo de la doctrina societaria— y
unos comentarios de política internacional.
Su primer libro, la Teoría de los cuatro
movimientos, sólo apareció cuatro años más tarde, en 1808. Por razones
misteriosas, fue publicado de manera anónima y con una indicación de origen
falsa (Leipzig en vez de Lyon). Pese a los esfuerzos del grupo de amigos de Le
Vieux Coin para que el libro fuera comentado y leído, la obra pasó totalmente
inadvertida, lo que parece haber causado una gran frustración a su autor. Sólo
publicaría su siguiente libro catorce años más tarde. Pero eso no significa que
en el intervalo no siguiera leyendo, investigando y escribiendo sin tregua,
espoleado por su curiosidad infinita y su voluntad reformadora de todas las
instituciones y en todos los órdenes.
En 1812 murió su madre, que le dejó una pequeña
renta vitalicia. Al parecer, durante el brevísimo retorno de Napoleón, luego de
su fuga de la isla de Elba en 1815 (los Cien Días que terminaron con la derrota
de Waterloo) tuvo un cargo relativamente importante en la alcaldía de Lyon.
Entre 1816 y 1820, Fourier vive retirado, en el campo, en la pequeña localidad
de Talissien, pueblo de Bergey donde su familia poseía tierras. En esos años
comienza la redacción de sus manuscritos, entre ellos el Tratado de la
asociación doméstico-agrícola, el segundo de sus libros, que sólo aparecerá
en 1822.
Pero, acaso, lo más importante que le ocurre en
esos años oscuros, en el Bergey, mientras vivía entre Talissien y Belley, son
las curiosas y misteriosas relaciones con sus sobrinas, dos hijas de una de sus
hermanas, Marie, a las que por lo visto sorprendió entregadas a la licencia y a
los excesos sexuales (por ejemplo, compartiendo las caricias de un mismo
galán). Lo que conocemos de esta relación es muy vago, algo que debe ser
reconstruido a base de muy breves testimonios que sobrevivieron a la censura de
familiares y discípulos de Fourier, que no vacilaron en suprimir, censurar y
sin duda destruir muchos documentos que consideraban excesivamente osados en
materia amorosa.
Lo importante es que de aquellas experiencias con
las dos audaces y libérrimas sobrinas —las que, según confesión del propio
Fourier, se burlaban de él por no participar en sus fiestas sexuales— nació
acaso el aspecto más original, audaz y vigente del pensamiento de Fourier: el
relativo a la libertad sexual, su diseño de un modelo de sociedad en la que el
amor pudiera ejercitarse sin ningún género de cortapisas para producir la
felicidad general. El libro donde Fourier expuso esta teoría, Le nouveau
monde amoureux (El nuevo mundo amoroso) permaneció oculto, pues el
discípulo que heredó el manuscrito, Victor Considérant, no se atrevió a
publicarlo (sin duda, hubiera sido censurado por la moral puritana reinante
tanto bajo el reinado de Louis Philippe como en el de Louis Bonaparte) y sólo
apareció más de un siglo después, ¡en 1967!
Pese a la escasa, para no decir nula, repercusión
de sus libros, Fourier no perdió nunca la esperanza de que sus ideas
reformadoras acabaran por imponerse. Enemigo de toda acción violenta, su idea
de la "revolución societaria" era la siguiente: un hombre con
recursos económicos o poder político, seducido por sus ideas, financiaría el
primer Falansterio piloto. El éxito de esta pequeña sociedad perfecta, la
convertiría en una semilla de la que irían germinando, por contagio, otros
Falansterios, que irían extendiendo la revolución societaria al conjunto de la
sociedad. De acuerdo a este plan, desde 1822 más o menos, Fourier empezó a
buscar al "candidato", es decir el mecenas ilustrado que, seducido
por la filosofía societaria, invertiría lo necesario en la creación del primer
Falansterio. Esta búsqueda lo llevó a enviar cartas y propuestas a la más
heterogénea colección de personas, empezando por el propio Louis Philippe, o el
Doctor Francia, el tirano de Paraguay, y siguiendo por Lady Byron o el
empresario y reformador utópico escocés Robert Owen, a quien ofreció trabajar a
sus órdenes en la colonia de New Lanark si aceptaba sus teorías. Otros
candidatos en los que pensó fueron: Bolívar, Chateaubriand, George Sand, el
presidente Boyer de Santo Domingo y el príncipe Boyardo Scheremetou. Según un
testimonio de Béranger, que lo conoció y lo admiraba, once años antes de morir,
es decir en 1826 o 1827, Fourier publicó en la prensa de París un aviso
anunciando que todos los días estaría en su casa de Saint-Pierre, en
Montmartre, al mediodía, para recibir y dar todas las explicaciones del caso al
hombre ilustrado dispuesto a invertir un millón de francos en la creación del
primer Falansterio. Y Béranger añade que la fe en la buena entraña del ser
humano que alentaba Fourier era tan grande, que los once últimos años de su
vida nunca dejó de remontar la colina de Montmartre, rumbo a su modesta casita
de la rue Saint-Pierre, para esperar a aquel mecenas que nunca llegó. ~
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