La educación enferma (por Jorge Carvajal)
“El enfermo era el sistema de educación, lo que faltaba era motivación, una forma eufemística de decir que esa escuela no tenía maestros, sólo profesores y técnicos.”
Me decían de mi hija en la escuela, que era una niña bien especial, tanto que su profesor de alemán la echó de clase un día por insoportable. Síndrome de Hiperactividad y Déficit de Atención, decían. Y el psicólogo confirmó el diagnóstico apresurado del profesor. Cambiamos la escuela y el método, y todo cambió. De la noche a la mañana ese síndrome, tan temido como calumniado, desapareció. El diagnóstico había fallado y afortunadamente también su pronóstico.
El enfermo era el sistema de educación, lo que faltaba era motivación, una forma eufemística de decir que esa escuela no tenía maestros, sólo profesores y técnicos.
Una enseñanza sin amor no motiva y la motivación es el ingrediente esencial de la atención, del aprendizaje y de la memoria.
Si lo que conoces no lo sabes, porque no lo saboreas; si tus palabras sólo repiten lo que ya dicen los libros, pero no tiene el contexto significativo de tu propia alma, si lo que dices no resuena en tu corazón, posiblemente tú clase se convierta en un lugar donde reinará el déficit de atención. Seguramente médicos y psicólogos te darán la razón cuando evalúen clínicamente la situación. Pero lo que nos importa es la causa.
Han perdido la motivación, se aburren, su atención se dispersa buscando lo que en clase no encuentran…
Liberar el potencial humano, educar para una cultura del compartir, integrar todas las vertientes de nuestra inteligencia en una inteligencia adaptativa que nos permita a todos dar lo que vinimos a dar de nuestra vida… No puede ser otro el propósito de una nueva Pedagogía, una que convoque lo mejor de la cultura humana, representada en los recientes avances de la ciencia y el aporte de las culturas milenarias.
Es hora de unir las ciencias humanas y las ciencias de la vida en la dimensión de una ciencia espiritual que nos permita dar sentido a la crisis actual. Tal vez necesitamos menos diagnósticos y pronósticos y más compromiso con nuestros hijos. Al fin de cuentas, ellos son las semillas de la tierra, la cosecha del futuro y la esperanza de una cultura de relaciones humanas en sintonía con la Pachamama.
Hemos dado pasos gigantes en términos de educación, es cierto que el cambio cuantitativo es innegable, han mejorado los ingresos, pero en el proceso no ha habido un avance cualitativo correspondiente:
Tenemos más conocimientos, quizás hayamos adquirido nuevas técnicas y destrezas, pero en el camino hemos ido renunciando a la capacidad de crear nuestras obras más bellas.
Tenemos más profesores y menos maestros, más doctores y menos sabios; sabemos más de producción en serie y mucho menos de artesanías, más de piezas renovables concebidas para la competencia y tal vez más ciencia, pero mucho menos de la magia de hacer lo que hacemos con conciencia.
Tenemos más de todo lo otro y mucho menos de nosotros. Los sistemas masificados clasifican de anormal a quien se sale de la curva de la mediocridad.
Educamos para la repetición, premiamos la memoria y el automatismo, condenamos a los estudiantes a perder rápidamente su vocación y los calificamos para que sólo aprendan a reproducir modelos ajenos. Casi todos los estudiantes de medicina que un día ingresaron a sus universidades llenos de vocación la habrán perdido al cabo de tres años de “Educación Superior”. Las malas notas, la deserción escolar y la violencia, no son la enfermedad. Son el síntoma inequívoco de un sistema de educación profundamente enfermo. Pero más presupuesto, más tecnologías, más profesores, más ordenadores, más aulas y más clases de valores desvalorizados por el fundamentalismo del dogma, son como un parche. La enfermedad de nuestro sistema educativo es un profundo Déficit de Humanidad, una pérdida de vocación por la vida. Educa para el éxito, para la competencia, para el examen, pero no para enamorarte de la vida.
¿Y si la Pedagogía, más que un cúmulo de teorías y de técnicas, fuera una estrategia humana para re-encantar la vida? ¿Y si pudiéramos aprender enseñando, aprender aprendiendo y así ser, siendo únicos, lo que somos, como somos, para experimentar la plenitud de ayudarnos? ¿De completarnos? ¿Y si aprendiéramos desde la humildad y la inocencia del saber que no sabemos, para sabernos inmersos por fin en un conocimiento que involucre de lleno el amor? ¿Y si así, se unieran la cabeza y el corazón en un proyecto de vivir, en el que la comprensión nos lleve a un nuevo tipo de relación con la naturaleza en nosotros?
Ese día, el amor será nuestra mejor medicina, y nuestras medicinas llevarán implícito el amor. Ese día, la pedagogía será también nuestra terapéutica y la terapéutica será nuestra mejor pedagogía. Ese día, no tan lejano, la pedagogía convocará todas nuestras inteligencias en ese cauce de sabiduría que vincula la Gran Cadena de la Vida. Que esta Nueva Pedagogía nos involucre en la dimensión de una nueva cultura de relaciones humanas, una en la que la libertad sea consecuencia de la responsabilidad. Una cultura en el camino del alma. Una cultura del alma.
Para vivir la crisis
Antes fue la metáfora del evolucionismo, con la incorporación de la ley del más fuerte, el desarrollismo, el neoliberalismo. Ahora, ante el fracaso global de las políticas neoliberales en toda Latinoamérica, nos encontramos en el vórtice mismo del caos y nuestra historia no podrá ser ya jamás la misma.
Entre nosotros, hoy, crisis de identidad, crisis de liderazgo, crisis de sentido, todas las crisis parecieran apuntar al despertar de una nueva cultura, una nueva visión de nosotros en el mundo. La emergencia del caos no puede ser ahora otra que la del despertar a una sociedad interdependiente y participativa, donde todos podamos ser nosotros, únicos.
Para no repetir la misma historia tantas veces repetida, para despertar a un nuevo mundo, el Mundo Nuevo de la Patria Humana, para conquistar el derecho sagrado de ser humanos, podemos al fin decidir ser lo que ya somos: Humanidad.
El sentido de la crisis es una invitación a humanizar la vida, nuestra vida, desde adentro; es una propuesta viva para transformar la historia desde nuestro corazón, es un camino para rescatar nuestra propia identidad, y desde la afirmación rotunda de la humana dignidad, construir genuinas relaciones de hermandad. Para que desde la entraña americana del dolor surja vigorosa la corriente del amor. Para que en la oscuridad de nuestra noche sea más intensa la luz de la consciencia. Para que contribuyamos todos en la emergencia de una tierra nueva.
El amor en tiempos de crisis
La nuestra es una crisis de amor. Tal vez necesitemos menos ideologías e ismos, menos diagnósticos y pronósticos, menos especialistas; más hombres y mujeres íntegros y sencillos. Quizás lo único que necesitemos sea humanizar nuestra humanidad. Humanizar la vida.
Escuchar el canto del pájaro, conmoverse con el hambre del otro, reconocer la ignorancia de lo que somos para no andar por ahí, en toda guerra, jugando a ser lo que en verdad no somos.
A veces pretendemos la paz, pero paz sin justicia, derechos para morirse de hambre, son, con su máscara de paz, la guerra más despiadada.
La paz no llega cuando no pasa nada o cuando ya nada nos pasa. La paz nace en el corazón cuando el amor comprensivo da a cada hombre la oportunidad de desarrollar su potencial.
No necesitamos una paz acomodaticia para defendernos del miedo. Necesitamos una paz con justicia, la de la noche de paz, la de la comunión, la de la hermandad, la de las oportunidades para todos.
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