domingo 13 de diciembre de 2009
Etica y derechos humanos
Por Rogelio Alaniz
Un aniversario más de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El texto sigue despertando esperanzas y aprensiones. La redacción es sencilla, precisa y sabia. El que supone que es vulgar, simple u obvia se equivoca. En el prólogo y los treinta artículos están condensados los principios fundamentales que deberían orientar a una sociedad civilizada
Una encuesta en Europa y Estados Unidos dice que el ochenta por ciento de la gente de menos de cuarenta años ignora su existencia y sus contendidos. En lo regímenes totalitarios la resolución es más sencilla: la difusión del texto está prohibida. Sin ir más lejos, en Cuba su divulgación es causal de prisión. Como siempre, las dictaduras suelen ser más concientes que las democracias acerca de lo que les conviene.
Como todo texto cargado de significados la Carta de la ONU admite diversas interpretaciones. Cuando hablamos de derechos humanos pareciera que todos sabemos de lo que estamos hablando, pero las dificultades empiezan no bien nos detenemos a reflexionar sobre sus contenidos.
Juan Manuel Casella, ex ministro de Alfonsín, definió a los derechos humanos como la ética de la democracia. Bella y precisa caracterización para pensar uno de los problemas decisivos de la vida política moderna, porque no hay un solo dato significativo de la historia política de los últimos tres siglos que no haya tenido en cuenta el tema de los derechos del hombre. Las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana le otorgaron una importancia decisiva.
Cuando el 10 de diciembre de 1948, luego de haber atravesado los horrores de la guerra, las Naciones Unidas redacta una declaración de principios de treinta artículos que sintetiza la tradición liberal con la tradición socialista y religiosa. A partir de allí los derechos humanos dejan de ser el patrimonio de un partido o de una corriente ideológica para transformarse en una conquista civilizatoria.
Programa de realizaciones políticas y propuesta hacia el futuro, los derechos humanos pueden ser pensados desde la ética o desde el derecho, pero antes que nada importa pensarlos desde su exclusiva dimensión política.
Como diría Cornelius Castoriadis;: “Desde el momento en que se plantea la cuestión social y política, la ética se vincula a la política”. Los derechos humanos pueden ser un conjunto de normas piadosas, pero antes que nada deben ser el producto de un orden institucional articulado. Su vigencia o su ausencia comprometen a toda la sociedad. Norbert Lechner sostiene que “la violación de los derechos humanos es una violación a la sociedad”, por lo que, pensar los derechos humanos es pensar en un orden político que nos compromete a todos.
Dicho así suena muy lindo, pero es necesaria una nueva vuelta de tuerca. Los derechos humanos trascienden la política entendida como práctica del poder, porque su objetivo es ponerle límites al poder. Gerard Soulier lo dice muy bien. “ Los derechos humanos son esencialmente políticos, mas no son toda la política, ellos tienen justamente como objetivo impedir que la política sea un todo, enteramente confundida con el poder”.
La experiencia enseña que una política de derechos humanos enfrenta dos peligros: la ultraderecha que predica a favor de la dictadura y la ultraizquierda que se vale de estas banderas para saldar cuentas con el pasado.
Para la ultraderecha, los derechos humanos existen pero no son universales. Son para ellos y nada más. Para la izquierda tradicional, los derechos humanos sólo se podrán realizar luego de la revolución social. Por motivos aparentemente opuestos unos y otros coinciden en que su existencia está condicionada a las necesidades del Estado, del Estado corporativo y fascista o del futuro estado proletario y revolucionario, para el caso lo mismo da.
Como dijera Marx, en el capitalismo los derechos humanos son una ilusión que se supera a través de una revolución que permitirá salir del reino de la necesidad para acceder al reino de la libertad por el camino de la abolición de la propiedad privada. Sólo así, dice, se sale de la trampa alienada del ciudadano burgués y se ingresa en el reino de la emancipación política. Atendiendo a lo que nos dice la experiencia acerca de los cien millones de muertos provocados por el comunismo en el siglo veinte, no hay motivos para alentar esperanzas humanistas.
La pregunta a hacerse a continuación es acerca de cuáles son en términos prácticos los derechos humanos que un sistema político debe preservar y proteger. Para Hannah Arendt “sólo existe un único derecho humano” y agrega a continuación: ” El hombre es privado de sus derechos humanos cuando se le priva de su derecho a tener derechos.”
En la Argentina las organizaciones de derechos humanos se constituyeron cuando el terror estatal y paraestatal asesinaba a mansalva y el primer derecho a defender era el derecho a la vida. No es casualidad que la APDH se haya fundado a fines de 1975. Tampoco es casualidad que haya estado integrada por un amplio abanico político y religioso. Entonces, las urgencias de salvar vidas y protegerse no permitía sectarismos de ninguna clase. Bastaba con un mínimo de decencia personal y generosidad política.
La resistencia a la dictadura se pensó como un proyecto amplio y no sectario. Había mucho miedo flotando en el aire como para darse el lujo de ser sectario. Un sacerdote, un pastor, un rabino un dirigente conservador, un intelectual gestionando en diferentes ámbitos podían salvar vidas y su presencia nos hacían sentir que no estábamos tan solos. Es más, el gran esfuerzo de los militantes era lograr la adhesión para esta causa de sectores tradicionales y conservadores capaces de vibrar de indignación por lo que estaba haciendo la dictadura militar en esos años.
Hoy los tiempos han cambiado y pareciera que si no se es marxista leninista o si no se aprueba a libro cerrado el accionar de las organizaciones armadas de los años setenta no se puede ser un defensor de los derechos humanos. El sectarismo en sus versiones más áridas y mediocres, más fanáticas y necias se ha instalado en un tema que exige lo opuesto para realizarse: tolerancia, rechazo a subordinar los derechos humanos a una estrategia de poder, desconfianza a quienes adhieren a un pasado edulcorado por la nostalgia, el resentimiento y el fracaso.
Pensar en una estrategia adecuada es algo más complejo que agitar consignas que pueden llegar a ser justas, pero no permite darle estatura institucional. La condena a un represor no alcanza a configurar una real estrategia de derechos humanos. La condena puede estar motivada por razones individuales o, como dijera José Mujica, por el afán de venganza, entendible humanamente pero muy alejado de lo que debe ser un diseño institucional serio.
Las instituciones conocidas como de “derechos humanos” trabajan sobre el pasado y allí reside su virtud, pero también su límite. Ajustar cuentas con torturadores puede ser estimulante, pero es apenas un punto de partida que para perfeccionarse debe integrarse a una estrategia amplia de construcción del estado derecho, la garantía última de un orden político fundado en los derechos humanos.
Desacoplar los juicios a los represores de la democracia política y el estado de derecho provoca deslizamientos ideológicos hacia el extremismo, reduce la justicia a una aventura personal y deja abierta la posibilidad de ser manipulado por el poder político de turno. Que los Kirchner sean hoy los abanderados de esta causa y, además, los proveedores de puestos y rentas, confirma que la trampa ha dado resultado.
Fuente: http://www.rogelioalaniz.com.ar/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario